Fue el verano más caluroso de los últimos 30 años. Yo sólo tenía 11 y no poseía ese recuerdo pero alguien lo contaba bastante escandalizado en la tele.
Dejó de salir agua de la fuente de la plaza y nos prohibieron jugar en la calle o bancales, primero por no tener con qué lavar la ropa y segundo para no inhalar toda esa tierra que taponaba los bronquios a cada carrera. 
Distraídos todos con alguna novela, revista porno y el crecimiento de nuevos pelos y tetas no me percaté del nacimiento de las moscas (desconozco si las moscas nacen). Entraron en casa y empezaron a volar alrededor del abuelo. La semana anterior, cuando el abuelo vino del campo de intentar salvar 4 kilos de patatas de la muerte, se puso a toser y Le salió de la garganta una piedra del tamaño de una moneda de 50 pesetas. Desde entonces no había parado y Le estaban volviendo loco las moscas.
Ese mismo jueves, A las cinco, cuando sonó el cuco, las moscas se desplomaron y su peso en caída escalonada, retumbó contra el suelo como una mascletá y el abuelo con los ojos vueltos dejó de respirar.


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